domingo, 3 de julio de 2011

Un rostro. Una mujer. Ella

–¡Ay Dios! ¿Por qué vos plugo de poner tanta beldad en esta señora y en mí tan gran cuita y dolor por causa della? En fuerte punto mis ojos la miraron, pues que perdieron la su lumbre, con la muerte pagarán aquella gran locura en que el coraçón han puesto.

Así dice Amadís de Gaula después de ver a Oriana, su dama, en los primeros capítulos de la novelita.

Y es que al pensar en mi Oriana hago el mismo apóstrofe; mi corazón, si es que ahí se alberga mi querencia, padece una gran locura. Es ya mucho tiempo de estar así, bien podría decirse que lo tomo como una costumbre, pero una que se altera cada que vuelve a estar frente a mi ojos.

Ha habido una infinidad de oportunidades, oportunidades que se esfuman, las esfumo.
No, creo que se van solitas, así como el agua y las frutas para Tántalo (rodeado de tanta agua y de tantas frutas sin poderlas tomar: cada que quería comer o beber, el agua se absorbía y los frutales se elevaban), salvo que lo mío no es por castigo. Espero.

Tenerla cerca es tan confortante, tan agradable, que no quisiera nunca desprenderme de ella.

[A pesar de todos los singulares ejemplares que ha tenido por novios...]


Preguntaré, a modo de conclusión, como Rubén Bonifaz Nuño:

¿Por qué, si no me quieres, me has querido?

Addenda: ¿Esto es amor?

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