jueves, 15 de septiembre de 2011

Andanzas. Caminos y caminantes. Parte I

La Ciudad de México tiene algo que, creo, la hace única y es la "capacidad" de siempre sorprender, apenar, llamar a la curiosidad del peatón, etc...
Antonio Machado, por su parte, escribió hacia 1909 en uno de sus "Proverbios y cantares": "caminante, no hay camino,/ se hace camino al andar".
Lo traigo a cuento pues creo que caminar es una actividad que parece ser menos frecuente en las grandes ciudades. Sólo dos tipos de personas lo hacen: los turistas y los ciudadanos de a pie.
Los que interesan esta ocasión son los segundos. Y es que el placer de caminar por las calles de la ciudad es muy grande; uno aprende y descubre cosas de todo tipo; se encuentra con lugares insospechados -en esta ciudad pasa mucho- o, más bien, inimaginados. Ocurre también que mientras uno camina, a su alrededor sucede algo que provocador, que clama al pudor...

Recuerdo una experiencia: Caminaba -no me acuerdo porqué- por una de esas zonas donde, pasado el mediodía -si no es que desde antes o todo el día-, se paran (o se exhiben) las prostitutas. La cuestión es que mientras yo caminaba me daba cuenta de las acciones de los demás hombres, especialmente adultos, pasados los 35 ó 40 años, quizá: los que iban en el transporte público desde que las  (o los) divisaban a lo lejos por la ventanilla del microbús, las (o los) veían con atención o al menos eso parecía, en ocasiones es probable que exista lujuria en esas largas observaciones; yo creo que es morbo: determinar, a la distancia, el verdadero sexo de quien se prostituye, pero mientras ya vio y algo ha de haber gozado.
Los que caminaban en dirección opuesta a la que yo llevaba también caían presas de la curiosidad y no evitaban echarle una mirada a esos seres. Si el individuo estaba volteado le veían el trasero; si estaban de perfil, veían rápidamente la silueta y las voluptuosidades características; cuando uno, o varios, de los individuos expectantes les decían alguna cosa sucia o pervertida, los aludidos sonreían, con una pena tremenda, y volteaban en busca de un rostro comprensivo. ¡Qué bueno! Nadie había escuchado las cosas que les decían; eso parecía.

Una vez, en la Feria del Libro del Zócalo, presentaron una antología de literatura erótica de escritoras de Tepito. Presentaron el libro la editora (vayaustedasaberquién) y tres narradoras. La gente pidió que se leyeran algunos cuentos para ver si sí los compraban. Imagino que buscaban otra cosa.
Los tres cuentos, lejos de ser malos, caían en lo soez, su contenido: pitos, vaginas, vergas, mamadas, culos, nalgas... en fin, las narradoras sacaron el repertorio de filias y el público se refocilaba, en especial, la gente que caminaba y pasaba cerca del lugar donde los cuentos eróticos eran leídos .
Esa gente alentaba su andar para escuchar mejor los cuentos, disimulaba cansancio y tomaba un respiro justo donde estaba la cuentística erótica tepiteña. Diría que jamás habían puesto tanta atención a algo que escuchaban en la calle.

Es gracioso observar el comportamiento de la gente, del mexicano, cuando en su camino se encuentra con elementos cotidianos o algo retocados que tratan temas sensibles o que aún constituyen un tabú. Caminar, aunque sea por necesidad, implica un reconocimiento de aquello que nos rodea y lo que esto nos provoca, quizás no sea inmediato, pero de seguro se logra con el tiempo...

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