lunes, 20 de junio de 2011

Antes de decir cualquiera de las grandes palabras

Tal es el título de un poema de David Huerta, poeta mexicano que a través de su obra realiza una experimentación con el lenguaje, lo lleva a puertos insondables, las más veces y otras tan sólo nos recuerda, nos vuelve a decir, que somos hombres.
Para él no hay "cosa" más importante que el lenguaje, las palabras, los sonidos que ellas producen; ama el lenguaje.
Parece que David quiere mostrar parte de lo mucho que sabe (aunque él dice que ello es muy poco) en cada poema que elabora, bien puede hablar de Blake, de Campbell, de Cortázar y hasta de La Biblia. Así es él. Le gustan los extremos y los experimentos, aparte de lo que uno puede considerar como extraño.

  
      "Antes de decir cualquiera de las grandes palabras"


  Ya se sabe: primero tenemos que ponernos de acuerdo
  en cuáles son, pero convengamos en que existen:

  se escuchan con todo su peso y gravedad
  por la Perspectiva Nievski, en el murmullo de Raskolnikov,

  y  Cortázar se burla de ellas a cada rato
  y las aligera, las despierta, las reconcilia

  con el resto del vocabulario, para que puedan rozarse
  sin daño con las demás y libertad no lastime demasiado

  con su tonelaje de mármol griego
  y su tufillo existencialista y su indudable grandeza trágica

  a tenedor, a janitor, a bibelot –aunque esta última
  es sospechosa de grandeza por culpa de Mallarmé,

  también están las cortas y decisivas, , no, ahora, nunca,
  la turbia amor, la limpia muerte, la zarandeada poesía,

  otras que son como el arte por el arte, sándalo,
  por ejemplo, y algunas como desoxirribonucleico, telescópica

  y de indudable elegancia científica, de una manera vaga
  e intensa y laberíntica, al mismo tiempo, conectada

  con esa otra, vida, y están las combinaciones, claro,

  tu boca, esta carta, docenas de objetos verbales
  que sólo tienen importancia por razones inexplicables,

  pronunciadas en la noche o el día, dichas

  o guardadas en el silencio, en la red aterciopelada
  de la memoria, en la fortaleza transparente y enérgica

  del olvido, ese cuerpo o tejido del que también
  están hechas las grandes palabras, el tiempo, tantas cosas.

En Lápices de antes, 1994.

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