jueves, 29 de septiembre de 2011

Ahora que tengo veinte años/ Ara que tinc vint anys

Estoy cumpliendo veinte años.
No es que vaya a tener veinte años, de hecho son veinte años que ya no tengo.
Hace unos días vi a Serrat y lo escuché platicando a un grupo de estudiantes sus anécdotas y sus opiniones sobre su oficio: el oficio de cantor.
Traigo, y saco del olvido, su canción "Ara que tinc vint anys" a colación. Doy el texto catalán y su traducción al español.


"Ara que tinc vint anys", Joan Manuel Serrat, 1967.

Ara que tinc vint anys,
ara que encara tinc força,
que no tinc l'ànima morta,
i em sento bullir la sang.

Ara que em sento capaç
de cantar si un altre canta.
Avui que encara tinc veu
i encara puc creure en déus...

Vull cantar a les pedres, la terra, l'aigua,
al blat i al camí, que vaig trepitjant.
A la nit, al cel, a aquest mar tan nostre,
i al vent que al matí ve a besar-me el rostre.

Vull alçar la veu, per una tempesta,
per un raig de sol,
o pel rossinyol
que ha de cantar al vespre.

Ara que tinc vint anys,
ara que encara tinc força,
que no tinc l'ànima morta,
i em sento bullir la sang.

Ara que tinc vint anys,
avui que el cor se m'embala,
per un moment d'estimar,
o en veure un infant plorar...

Vull cantar a l'amor. Al primer. Al darrer.
Al que et fa patir. Al que vius un dia.
Vull plorar amb aquells que es troben tots sols,
sense cap amor van passant pel món.

Vull alçar la veu, per cantar als homes
que han nascut dempeus,
que viuen dempeus,
i que dempeus moren.

Vull i vull i vull cantar.
Avui que encara tinc veu.
Qui sap si podré demà.

Però avui només tinc vint anys.
Avui encara tinc força,
i no tinc l'ànima morta,
i em sento bullir la sang...


La traducción

Ahora que tengo veinte años,
ahora que aún tengo fuerza
y no tengo el alma muerta
y siento que me hierve la sangre.

Ahora que me siento capaz
de cantar si otro canta.
Hoy que todavía tengo voz
y que todavía puedo creer en Dios…

Quiero cantar a las piedras,  la tierra, el agua,
al trigo y al camino que voy pisando.
A la noche, al cielo, a este mar tan nuestro,
y al viento que viene por la mañana a besarme el rostro.

Quiero alzar la voz, por una tempestad,
por un rayo de sol,
o por el ruiseñor
que ha de cantar por la tarde.

Ahora que tengo veinte años,
ahora que aún tengo fuerza
y no tengo el alma muerta
y siento que me hierve la sangre.

Ahora que tengo veinte años,
hoy que el corazón se me acelera,
por un momento para amar
o por ver a un niño llorar…

Quiero cantar al amor. Al primero. Al último.
Al que hace sufrir. Al que vives un día.
Quiero llorar con aquellos que se encuentran solos,
y que sin amor van por el mundo.

Quiero alzar la voz para cantar a los hombres
que han nacido de pie,
que viven de pie
y que mueren de pie.

Quiero y quiero y quiero cantar.
Hoy que todavía tengo voz.
Quién sabe si podré mañana.

Pero hoy sólo tengo veinte años.
Hoy todavía tengo fuerza
y no tengo el alma muerta,
y siento que me hierve la sangre …



jueves, 15 de septiembre de 2011

Andanzas. Caminos y caminantes. Parte I

La Ciudad de México tiene algo que, creo, la hace única y es la "capacidad" de siempre sorprender, apenar, llamar a la curiosidad del peatón, etc...
Antonio Machado, por su parte, escribió hacia 1909 en uno de sus "Proverbios y cantares": "caminante, no hay camino,/ se hace camino al andar".
Lo traigo a cuento pues creo que caminar es una actividad que parece ser menos frecuente en las grandes ciudades. Sólo dos tipos de personas lo hacen: los turistas y los ciudadanos de a pie.
Los que interesan esta ocasión son los segundos. Y es que el placer de caminar por las calles de la ciudad es muy grande; uno aprende y descubre cosas de todo tipo; se encuentra con lugares insospechados -en esta ciudad pasa mucho- o, más bien, inimaginados. Ocurre también que mientras uno camina, a su alrededor sucede algo que provocador, que clama al pudor...

Recuerdo una experiencia: Caminaba -no me acuerdo porqué- por una de esas zonas donde, pasado el mediodía -si no es que desde antes o todo el día-, se paran (o se exhiben) las prostitutas. La cuestión es que mientras yo caminaba me daba cuenta de las acciones de los demás hombres, especialmente adultos, pasados los 35 ó 40 años, quizá: los que iban en el transporte público desde que las  (o los) divisaban a lo lejos por la ventanilla del microbús, las (o los) veían con atención o al menos eso parecía, en ocasiones es probable que exista lujuria en esas largas observaciones; yo creo que es morbo: determinar, a la distancia, el verdadero sexo de quien se prostituye, pero mientras ya vio y algo ha de haber gozado.
Los que caminaban en dirección opuesta a la que yo llevaba también caían presas de la curiosidad y no evitaban echarle una mirada a esos seres. Si el individuo estaba volteado le veían el trasero; si estaban de perfil, veían rápidamente la silueta y las voluptuosidades características; cuando uno, o varios, de los individuos expectantes les decían alguna cosa sucia o pervertida, los aludidos sonreían, con una pena tremenda, y volteaban en busca de un rostro comprensivo. ¡Qué bueno! Nadie había escuchado las cosas que les decían; eso parecía.

Una vez, en la Feria del Libro del Zócalo, presentaron una antología de literatura erótica de escritoras de Tepito. Presentaron el libro la editora (vayaustedasaberquién) y tres narradoras. La gente pidió que se leyeran algunos cuentos para ver si sí los compraban. Imagino que buscaban otra cosa.
Los tres cuentos, lejos de ser malos, caían en lo soez, su contenido: pitos, vaginas, vergas, mamadas, culos, nalgas... en fin, las narradoras sacaron el repertorio de filias y el público se refocilaba, en especial, la gente que caminaba y pasaba cerca del lugar donde los cuentos eróticos eran leídos .
Esa gente alentaba su andar para escuchar mejor los cuentos, disimulaba cansancio y tomaba un respiro justo donde estaba la cuentística erótica tepiteña. Diría que jamás habían puesto tanta atención a algo que escuchaban en la calle.

Es gracioso observar el comportamiento de la gente, del mexicano, cuando en su camino se encuentra con elementos cotidianos o algo retocados que tratan temas sensibles o que aún constituyen un tabú. Caminar, aunque sea por necesidad, implica un reconocimiento de aquello que nos rodea y lo que esto nos provoca, quizás no sea inmediato, pero de seguro se logra con el tiempo...