(Me gusta el futbol y quise que la primera entrada del blog fuera sobre eso.)
Hoy desperté motivado por un impulso pasional, morboso e irracional, tal impulso recibe el nombre de futbol. Y es que hoy se enfrentaban, por un lado, el equipo que apoyo, al que le lloro (sí, he llegado a hacerlo), al que le festejo (no sólo cuando es campeón -y ocurre seguido-): el Toluca contra el América, equipo por muchos odiado en esta Liga Mexicana, de la cual quizá luego escriba algo.
El futbol es pasión, cuánto no se vive en un partido, por la presencia misma de la pasión se vuelve irracional y morboso porque se jugaba contra el América, sólo por eso.
A la hora de encender el aparato televisor, me encontré con que todavía no acababa la transmisión anterior (Más Deporte, creo), pero esa gente ya estaba calentando el encuentro: daban fechas, estadísticas, anécdotas, etc.
Una vez iniciada la transmisión, la producción decidió comenzar de la forma tradicional: presentando las alineaciones. Fue el momento de una revelación: el equipo Toluca alineaba a lo mejor que tiene: entre otros, Talavera, el portero ataja-penales; Dueñas y Novaretti, la temible pareja de centrales; Antonio Ríos, el mejor joven del torneo; Romagnoli y Sinha, jugadores que se sacrifican; y Mancilla, uno de los hombres a seguir por el uso de su dedo cordial en contra "de una persona que me había estado ofendiendo".
América, por su parte, presumía su retacería de calidad: Memo Ochoa, el portero que no jugó en Sudáfrica (y quizá no juegue en algún club europeo); George Corral (hermano de la jugadora mexicana Charlyn Corral); Óscar "Kevin" Rojas, afortunado lateral como la combinación resultante de su nombre y su apodo; "Rolfi" Montenegro, jugador de calidad incuestionable; Pardo, hombre que no supo alemán, pero que fue capitán de la Selección Mexicana y campeón hace algunos añitos; Vuoso, delantero al que el "Nemesio Diez" le trae malos recuerdos; Layún, ex-jugador del Atalanta de Italia; y Vicente Sánchez, otro hombre que entendía de alemán lo que yo de Física Nuclear y cuyos años de gloria fueron con el ahora equipo rival. Cabe mencionar que las Hermanas de la Caridad de Coapa hicieron que estos últimos cuatro fueran salvados del olvido que sufrían por parte de los entrenadores de sus europeos equipos, excepto Vuoso quien recibe ahora otra oportunidad para ser bueno y olvidar sus errores que le prohibieron a Santos llevarse el Torneo Bicentenario.
El partido comenzó y sólo se presentó una oportunidad para los amarillos. Los diablillos se dieron cuenta del hueco que George Corral (¡vaya jugador!) había dejado por la banda izquierda; intentaban e intentaban hasta que Mancilla dejó paradito a Paco Memo e hizo la primera anotación. ¿Dónde había quedado la defensa del Inter que Lapuente había dicho?
Éste se dio cuenta también de la mala actuación de su zaga y metió al terreno a Ángel Reyna. Cuando entró, temí la aparición de la ofensiva del Barcelona que Lapuente había mencionado en aquella ocasión.
Ocurrió: Vuoso había fallado su primera oportunidad, pero en la segunda, el argentino superó los traumas de mayo (el 23 de mayo fue la final del Torneo Bicentenario) y aplicó la técnica del cine: aventó(se) una palomita y los amarillos aficionados vueltos locos. En contraparte, Vicente Sánchez no superó el miedo de volver al infierno y tuvo que ser sustituido. Su incursión en el campo le valió abucheos cada que hacía por el balón.
No sé qué hice los minutos previos al segundo gol choricero. Vi las modificaciones del "Chepo" (Brizuela y Cuevas). Y cómo un jugador de América le cometía una falta a Cuevas.
Faltando Calderón y Esquivel, dudaba de la peligrosidad del cobro de la falta, me percaté que tanto Manuel de la Torre como Sinha (el yolaspuedotodas) se perfilaban a ejecutar el tiro. Nadie pensó que Sinha mandara un centro, ni que nadie hiciera contacto con el balón en el trayecto a la portería azulcrema, ni que Paco Memo y sus defensas se equivocaran (vaya, no en esta jugada...). El balón entró y la gente disfrutaba (asistentes al partido y toluqueños televidentes) esa victoria parcial sobre un equipo odiado.
Siempre es un gusto ganarle al América (ver que el equipo que apoyas le gane y que, si uno llega a enfrentarlos, por azares del destino, en fuerzas inferiores, la victoria también es gratificante).
Dejo, entonces -y así finalizo esta entrada- de exhibir mi afición y mi pasión hacia un equipo de poco arrastre pero de muchos campeonatos (DIEZ).