Andaba suelta la amarilla muerte de ciegos ojos,
de ciego ojos la amarilla muerte andaba suelta.
Agrios pasos azules en medio del follaje y del fango.
Agria y espesa muerte buscadora, mortalmente buscona.
Gran muerte, grande y maldita muerte, feroz perseguidora.
Andaba suelta aquella muerte tuya, aquella dentellada,
aquellas balas, aquel verde-gusano de las boinas verdes.
Suelta andaba la muerte aquel día de las balas
y tus pies lastimados y tus cabellos ultrajados
y tu reseca voz de follajes malditamente mutilados.
Si dijiste Déjenme vivir. Para ustedes
valgo más vivo que muerto, te respondieron las blasfemias
y las hojas más altas de los pinares volaron al cielo,
porque siempre te cuidaba una parvada de palomas
y tus palabras de amor eran orquídeas y mariposas
para la sintaxis impecable de nuestro claro porvenir.
Andaba suelta como una jauría aquella muerte tuya,
Che Guevara. Suelta andaba con sus pasos de plomo.
Con sus pasos de plomo suelta andaba la muerte, Che Guevara.
Había plomo en la boca del delator y del traidor,
y barranca arriba subía un río de plomo y de miedo.
La boina verde andaba a la caza de la orquídea salvaje
y el helicóptero buscaba con furia a la mariposa.
Aquella muerte verdinegra te asediaba en la escaramuza
y en los hombres tuyos prisioneros y torturados.
Por el hocico del gorila salía la negra muerte
y era tu muerte lo que sudaban los mercenarios.
Los ríos llevaban en su lomo la espuma de tu muerte
y había sangre tuya en las heladas cresterías.
Ya te teníamos muerto en nuestras venas de agonizantes
y una noche la guillotina nos cortó el habla y el sueño.
Te sabíamos rodeado, aislado, enfurecido y triste
como el último capitán de nuestra esperanza,
Che Guevara. De aquella esperanza de dulces verdes
bolivarianos, de verdes mexicanos y de verdes hermanos.
Las pequeñas y grandes patrias se estremecieron
con los irremediables disparos que te dieron la muerte,
y luego, dicen, te cercenaron los dedos,
y después, asegura el sanguinario mayor, te llevaron
a lo desconocido para quemar tu cuerpo
y convertirlo en las cenizas infinitas de nuestro amor,
Che Guevara cargado de la muerte de los siglos,
Che Guevara padre e hijo de la independencia,
nieto de todas las libertades de todo el mundo,
forjador de poemas, hacedor de futuros.
Así que aquella muerte te encontró, la encontraste,
y así las balas te lastimaron de muerte
y una selvática oscuridad recorrió cordilleras, colinas,
pampas, llanuras, desiertos, bosques, mares, ríos...
Oh comandante herido y muerto, oh comandante llorado
hasta no sabemos, sí sabemos cuándo y a qué hora.
En la precisa hora de tu muerte sonó la hora de nuestra libertad.
18 de noviembre de 1967,
entre las 7 y las 8 de la noche
(En Poesía completa, FCE, México, 2a ed., 1995.)