Hace poco en una clase de Literatura Iberoamericana, durante el recuento de un encuentro que el profesor y su adjunto organizaron, el primero anotó que el doctor E.S., en la conferencia inaugural, había puesto la dicotomía académico-intelectual en la que elegía ser un intelectual, porque éste es "como un perro callejero" porque, parafraseándolo, un perro callejero sabe más de la vida que uno de casa y es más hábil y cosas por el estilo. Tal metáfora le pareció de lo más genial a mi profesor y ese entusiasmo por el hilo negro traído y presentado por aquel doctor causó un revuelo impactante en la clase. Al menos tres de mis colegas se sintieron perros callejeros y, yo percibí rencor, empezaron a lanzar comentarios sentidos en contra del ámbito académico de la Facultad.
Conviene decir que esa "cisma" en la Facultad es un poco notoria. Digamos que la academia, usemos algo burdo, es como un Club de Toby en el cual, quien no entra dice horrores de ella y menosprecia la labor, en cierta medida reconocida, que se lleva a cabo ahí y comienza a desarrollar, cosa notable, sus propios proyectos que son impulsados y... alentados por ser rupturistas.
A muchos de la carrera les interesaría ser parte de los intelectuales de México, por su cabeza no pasa estar en las aulas en esa labor que parece tan grata. No; a ellos les gusta la creación, el debate, el pensamiento crítico, la palabra (no sé verdaderamente
cuál palabra). Al otro grupo también le gusta todo eso pero me parece que es más real, más factible.
Una de las cosas que el profesor reprochó al "académico" es que a éste nunca le gusta mostrar sus preferencias políticas o dar apoyo a uno u otro partido político. Y que en cambio el intelectual está con todas, sí decide apoyar abiertamente a un candidato, cualquiera.
Aquí me acuerdo de aquel programa, "Encuentro Vuelta", en el que compartían mesa Octavio Paz y Mario Vargas Llosa, éste dijo que México era la dictadura perfecta "no de un hombre, sino de un partido" porque, entre otras cosas, "reclutó eficientemente a los intelectuales [...] sobornándolo [al medio intelectual] de una manera muy sutil a través de trabajos, a través de nombramientos, a través de cargos públicos... ". Esto me pone de nuevo enfrente la metáfora del "perro callejero". Un perro callejero anda por ahí vagando en busca de refugio y a quien le hable bonito y lo mime un poco, le mueve la cola y está de arrimado. El perro callejero por un poco de cariño y comida estará a disposición.
"Me gusta ser un asalariado" dijo uno de los más eminentes intelectuales que gozan de su vida académica refiriéndose al hecho de que le gustaba dar clases y que no perseguía fines personales; sí, algunos intelectuales son la academia.
Los intelectuales quieren dejar atrás el canon que se establece en los planes de estudio, quieren también implantar una nueva tendencia poética, "muy salvaje" que a veces, en su esgrimir, parece risible. Y como no los dejan o no les gusta ser muy académicos, optan por hacer menos a estos. Prefieren aplicar sus poéticas libertinas en la esquina de Copilco y Universidad.
Aparte, y no discrimino, los perros callejeros tienen un chingo de achaques: pulgas, garrapatas, sarna, rabia y, como dice Sancho, no digo más.