... y mientras, pienso en algunas personas que se dicen mis amigos y no parecen serlo, en asuntos de relaciones hombre-mujer (léase amorosos) y en algunas otras cosas de lo por venir, me doy cuenta de que soy el individuo más alto que hay en ese vagón. Mis casi 1.90 metros (1.88 exactamente) me permiten serlo.
Es temprano y es hora pico (en esta ciudad casi todo el día es hora pico en el metro) y los vagones empiezan a llenarse de gente; sigo siendo el más alto.
La gente que va dentro intenta tener un poco de espacio no dejando que los que esperan fuera entren, pero se ha acostumbrado a esa caraterística que, según dicen, los latinos tenemos: nos gusta el contacto con los demás. Aparte de la comprobación de esa máxima, también se rompe una de las leyes de la física, la de la impenetrabilidad donde no pueden caber dos cuerpos en un mismo espacio y un mismo tiempo; aquí sí sucede: donde se supondría que cabría un individuo promedio (estatura y peso medios, esto es, 1.65 m. y 65 kg.), caben hasta tres con los empujones y todo lo que eso pueda conllevar al cerrarse la puerta y luchar por ingresar al vagón.
Lo que eso ocasiona es que la gente vaya pegada a la gente, pecho con espalda (o como se entre) u otras posiciones muy, muy incómodas.
Entonces, como soy de una estatura superior a la promedio y la gente que entra durante la refriega es de esa estatura, resulta que sus cabezas quedan o a la altura de mis codos (en casos extremos) o abajo de mi nariz a la altura de mi pecho o a la garganta pero siempre abajo de mi nariz -extrañamente-.
Cuando voy en el metro tengo la mala costumbre de tener la cara hacia el frente (duele el cuello si no es así) y de respirar por la nariz la mayor parte del tiempo. Dado lo cual, lo que exhalo -o algún dejo de ello- sale y va directamente al coco, si son estaturapromedios, de los individuos o a la (o un poco arriba de la) nuca, si es que superan el promedio de estatura.
(No quiero que lo anterior se entienda como algo que disfrute hacer, si no que es inevitable y sólo pasa en las horas pico, cuando uno no puede moverse ni un ápice.)
Esos individuos que entran o que son empujados, [me parece que] tienen un complejo con su estatura; ha de ser incómodo que, cuando van en el metro, sus cabezas estén entre las espaldas de los demás y que cuando por fin parezca que estén libre de opresión corporales salga un cabrón que se crea muy alto (y tal vez lo sea) le respire en su coquito.
Sale, entonces, que también son homofóbicos y [me vuelve a parecer] que gustan de lanzar albures con sus amigos para ver quién recibe y chupa pitos de los demás, pero que cuando son los que reciben (aunque sea en un juego de palabras) -pasivos le dicen algunos- se molestan y dudan de su hombría y tratan de imponerse a otro -léase echando pleito-.
Han de creer en ese momento que soy un soplanucas (duda de la composición de tal palabra) y han de enojarse porque eso los convertiría en muerdealmohadas (dudo también de la de ésta) y eso al macho mexicano ya no le gusta.
De esta parte es gracioso observar cómo aquéllos (los chiquitines) jamás se dan cuenta quiénes lo rodean en el vagón, por lo que se ven sorprendidos cuando se les ocurre voltear a ver quién es el ojete que osa dejar ir su exhalación hacia su nuca. Optan por alejarse, no vaya a ser que les guste y no me los separe.
Ya lo dicen bien los botellos en la canción que le dedican al "gusano naranja": "Sudas, pujas, te arrimas, te alejas; ya ni modo, me voy a quedar"